Un día, en Argentina, le preguntaron: Diego, ¿qué te gustaría decir antes de morir? Y él dijo: «Le daría las gracias al fútbol porque me hizo feliz». Por eso, en la muerte de Maradona, estamos tan tristes.

Porque nos hizo tan felices, nos hizo a todos los que amamos el fútbol tan felices, que vivimos el fútbol y somos billones como billones son las emociones, los pensamientos, las lágrimas. Pasan las horas y todavía no podemos creer que el más grande se haya ido, el mismo día que George Best y Fidel Castro se fueron.

Nos vemos incrédulos, perdidos, asombrados. Buscamos las palabras que luchamos por encontrar, en este doloroso maieutic del alma. Imágenes de sus metas, su magia, sus entrevistas, su Argentina, su Nápoles, el Argentino-Napoletano o el Napolitano-Argentino, que es lo mismo porque él y Nápoles son la misma cosa y para decirlo, se necesita el tiempo presente, no el imperfecto.

Los recuerdos se mezclan, astillas centrífugas de memoria que te llevan a un estudio de televisión donde, celebrando a Aldo Biscardi, Diego irrumpe desde Cuba y te llama Javier, como Zanetti, y llegas tarde hablando de fútbol, Nápoles, Italia, Blatter, sí, Blatter, mucho más.

O, ¿recuerdas aquella tarde bajo un diluvio universal, en Pinzolo, cuando al final del entrenamiento Diego desafía a Garella y le dice: «Apostemos que voy a lanzar veinte tiros libres desde el límite y que siempre anoto»? La barrera tiene forma, pero él, impávido, patea una, dos, diez, veinte, veintiuno veces y siempre anota en el cruce. Cuando uno de los familiares desaparece, aunque no sea familiar, pero lo escuchas, las voces amigas se persiguen, se buscan.

Al teléfono está Franco Esposito, un maravilloso corresponsal del Mattino y del Corriere dello Sport-Stadio, un magnífico cantante de Maradona, seguido por él en todos los sitios, como cuando Franco se colocó durante un mes en Barcelona esperando el sí a la Nápoles de Maradona, o mejor del Barca en Ferlaino.

Me habla de Diego y la parabolata, el término para el billar que indica el tiro con la bola pasando por encima de los otros y luego de nuevo, lleno de efecto. En Pinzolo, como en el Centro Paradiso de Soccavo, Diego disfrutaba colocando el balón unos metros detrás de la portería, luego lo pateaba por encima del travesaño, el balón volvía y terminaba en la red. ¿Pero cómo diablos hizo eso? Y Franco: «No lo sé. Todo lo que sé es que Maradona se estaba divirtiendo como nunca.» Hasta siempre, Diego.

Por sports

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